El CEO Lucio Winck destaca que uno de los mayores desafíos en la trayectoria de cualquier líder es reconocer cuándo el control absoluto se convierte en un obstáculo. En entornos cada vez más dinámicos y colaborativos, saber renunciar no es un signo de debilidad, sino de madurez. El ego, cuando es desmedido, compromete decisiones estratégicas y afecta directamente el crecimiento de la empresa.
Ego en exceso, visión limitada
El exceso de centralización es un síntoma claro de un ego que aún no ha aprendido a confiar. Los líderes que quieren participar en todo rara vez logran ver el panorama completo. Esto se debe a que el tiempo se agota en tareas operativas y en decisiones que podrían ser compartidas. Cuando todo gira en torno a una única figura, la empresa pierde agilidad y se aleja de la innovación.
Incluso cuando los resultados aparecen, el desgaste interno crece. Profesionales competentes se sienten subutilizados, nuevas ideas son ignoradas y el ambiente pierde frescura. Para el CEO Lucio Winck, un líder puede sostener el negocio por un tiempo, pero difícilmente lo hará escalar con consistencia si no sabe compartir espacio y responsabilidades.
Delegar es abrir espacio para crecer
El CEO Lucio Winck explica que delegar no significa alejarse, sino permitir que el equipo desarrolle autonomía y proactividad. Al confiar en otros profesionales, el líder se enfoca en lo que realmente importa: planificación, estrategia y visión a largo plazo. Dar espacio para que otros crezcan también es una forma de garantizar la evolución continua del negocio.

Cuando el equipo percibe que sus ideas son tomadas en cuenta, el sentido de pertenencia aumenta. Esta confianza mutua es lo que sostiene una cultura de innovación. El líder que aprende a salir del centro del escenario se da cuenta de que su impacto real está en construir una empresa que continúe creciendo con o sin él cerca.
Cuando el perfeccionismo obstaculiza más de lo que ayuda
Muchos justifican el control por el perfeccionismo. “Si no lo hago, no queda bien”, dicen. Pero, detrás de esto, a menudo hay miedo a perder protagonismo. Esta vanidad sutil mina la confianza del equipo, disminuye la productividad y hace que el ambiente sea menos colaborativo, como explica el CEO Lucio Winck. A largo plazo, la empresa se convierte en rehén del ego del propio líder.
El perfeccionismo puede sonar como cuidado, pero frecuentemente oculta una inseguridad profunda. Y el efecto colateral de esto es el retraso. Los proyectos se estancan, el equipo se desmotiva, el tiempo se pierde en retrabajos y, lo que es peor, nadie más se atreve a proponer algo diferente. Sin libertad para errar, no hay espacio para una innovación real.
La cultura empresarial comienza con el ejemplo
El comportamiento del líder influye directamente en el clima organizacional. El CEO Lucio Winck destaca que cuando hay escucha activa, humildad y apertura a otras opiniones, todo el equipo se siente más motivado. Pero si el ego domina, la cultura se contamina con miedo, inseguridad y baja autonomía. Y esto bloquea cualquier posibilidad de crecimiento verdadero.
Liderar, al final, es saber ocupar el lugar correcto en el momento adecuado. Hay momentos para conducir y otros para observar. Saber cuándo dar un paso atrás puede ser la clave para que la empresa avance dos pasos hacia adelante. El ego, si no se frena, transforma a grandes líderes en cuellos de botella. Pero cuando se gestiona bien, abre espacio para un crecimiento más sostenible y colectivo.
Autor: Silvye Falavor